Desde el siglo XIX, diferentes teorías económicas aparecieron para cambiar la manera en la que la sociedad entendía el comercio. El mundo se estaba globalizando, la Revolución Industrial supuso un nuevo orden a la hora de realizar la producción, y posteriormente, a principios del siglo XX, las fábricas ya se convirtieron en la base de la industria, facturando en serie millones de productos que debían ser vendidos, en las fronteras de un país o incluso más allá. Todo esto se ha vuelto mucho más intenso en las últimas décadas, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el capitalismo se ha expandido a casi todo el mundo y ha llevado la teoría económica del libre comercio un paso más allá.
En estos días en los que estamos aún pendientes de cómo evolucionará la situación después de la pandemia, en los que buena parte de la economía mundial se ha parado, hemos comprobado que el sistema que nos gobierna está construido con pies de barro, ya que se basa demasiado en el comercio exterior y en una producción guiada hacia el consumismo desaforado. Sin embargo, todavía son mayoría los que defienden el libre comercio como la única fórmula viable para seguir creciendo y de hecho, recuperándonos de este duro golpe, a pesar de que el intervencionismo de los gobiernos se está haciendo más patente que nunca. Vamos a analizar a fondo la situación para entender todos estos conceptos y aclarar cuál es el camino que queda por delante.
Orígenes e historia de esta doctrina
El libre comercio es una doctrina económica que aboga por la supresión de trabas entre los agentes económicos, ya sean empresas, particulares o incluso gobiernos, para el intercambio de bienes. Esto busca facilitar esas relaciones y abaratarlas, eludiendo los típicos aranceles, costes por aduanas y demás, que muchos países todavía poseen debido a su proteccionismo. El libre comercio ya se planteó en el siglo XIX, pero fue a mitad del siglo XX, y gracias a la globalización tan brutal que estaba llevándose a cabo en todo el planeta, cuando la idea tomo verdadera realidad, primero en Europa, con la creación de la CECA, el germen de la Unión Europea, y más tarde en Estados Unidos, ya a finales del siglo XX, con acuerdos concretos con México y Canadá, en Norteamérica.
Existían muchos grandes magnates de empresas poderosas y también gobiernos interesados en negociar tratados mucho más favorables para el intercambio de bienes, facilitando así el crecimiento de la economía y buscando evitar esos terribles costes intermedios que encarecían cualquier tipo de relación económica entre agentes, tanto dentro como fuera de los países. Y es que el libre comercio también se puede dar dentro del mismo territorio, normalmente aludiendo a la liberalización del mercado, reduciendo las leyes de control sobre los negocios y permitiendo una actitud mucho más laxa para las empresas en cuestión de horarios, precios, intercambios, etc…
Características del libre comercio
El libre comercio tiene unas características bastante sobresalientes que hacen de esta teoría una de las más sencillas de entender, puesto que es una apuesta por la libertad total en el intercambio de bienes. En cuanto a nivel internacional, el libre comercio aboga por la supresión de cualquier tipo de barrera gubernamental o legislativa en el intercambio de bienes entre países, quitando así aranceles, impuestos de importación o cuotas. Así mismo, se aboga por la poca o nula intervención de los estamentos gubernamentales en el mercado, sin imposición de precios, cuotas y demás, ya que según esta teoría el mercado se autoregula por sí mismo. De la misma forma, también se lucha contra los monopolios y oligopolios dentro de los mercados, para que tampoco haya empresas que tengan todo el poder.
Los controles sobre la capacidad de asociación y de contratos se suprimirían o reducirían al mínimo, así como las leyes contra la competencia. La idea del libre comercio es que un país en el mercado sea totalmente libre, sin intervencionismo de ningún tipo, es el territorio perfecto para luchar por conseguir nuestra propia cuota de ese mercado, con unas reglas justas para todos. Básicamente, el libre comercio se opone a las trabas que desde la administración se suelen incluir para proteger ciertos sectores nacionales de las importaciones, por ejemplo, o para tratar de igualar a los pequeños comercios con los grandes en cuanto a horarios, precios y demás. Todo ese intervencionismo es perjudicial, según la teoría liberalista.
Ventajas de los tratados de libre comercio
Como decíamos, esta doctrina ha tenido especial predicamento en las últimas décadas, cuando el capitalismo la ha enarbolado como la teoría económica definitiva para la expansión del comercio y la creación de un mercado más libre y competitivo, que haga que todos los países se esfuercen por seguir creciendo y mejorando. Según sus defensores, el libre comercio mejora la productividad al generar una economía de escalas, con especialización de los agentes, encaminada a un mejor intercambio de bienes y productos entre ellos. Esa competitividad favorece la mejora global de las condiciones de todo, al menos sobre el papel, y permite evadir las limitaciones que los gobiernos de turno pretendan implantar.
Al no estar limitados en su mercado, aparecen más oferentes y demandantes y la economía crece de forma natural, sin las restricciones que puedan ser muy diferentes entre unos y otros países. Los acuerdos de libre comercio sirven además para tejer relaciones amistosas entre diferentes territorios, y crear así vínculos más allá de la pura diplomacia formal. La oferta y la demanda se vuelven conceptos más realistas, y la primera se puede adaptar mucho más fácilmente a la otra, y a todos los cambios que se produzcan, al tener un trato mucho más directo.
Desventajas y argumentos en contra del libre comercio
Aunque el libre comercio sigue siendo hoy en día una de las teorías más defendidas por muchos economistas, y a la vista está que su implementación en determinados territorios ha sido absoluta, también hay pegas para este sistema, que por supuesto, no es perfecto. Se habla, principalmente, del abuso de poder que las grandes empresas obtienen frente a las más pequeñas, basándose en la ausencia de una regulación estatal. Sobre el papel todos tienen las mismas oportunidades, pero es obvio que no todos parten desde el mismo punto, y aquellos que poseen mayores fortunas pueden conseguir esa posición ventajosa que aprovecharán para hacerse con una mayor cuota de mercado.
La lucha del libre mercado contra los oligopolios y monopolios se hace complicada en el momento en el que, para frenarlos, es el propio gobierno el que debe intervenir, contraviniendo así al propio sistema. La falta de regulación también afecta en muchas ocasiones a los trabajadores, el eslabón más débil de la cadena, que sufren bajo el yugo de estas empresas que simplemente buscan la mayor competitividad posible y el mayor beneficio, recortando en calidad de trabajo y sueldo a sus empleados de manera totalmente lícita, porque no hay leyes que lo prohíban. Igualmente, algunos países se aprovechan mucho más de este tipo de relaciones frente a otros, que lejos de crecer, se empobrecen por este sistema.