La Edad Media es comúnmente vista como un periodo oscuro de nuestra historia, y aunque es cierto que, desde nuestro prisma actual podamos considerarla como una época terrible por todas las plagas, la violencia, las guerras y demás, lo cierto es que durante los diez siglos que estuvo vigente, esta etapa pasó por muchas épocas diferentes, y de hecho, sirvió para sentarlas bases de la sociedad de hoy día, en cuestiones como las naciones, la religión o el comercio. Esta última es una de las más interesantes, ya que podemos estudiar cómo los cambios producidos al final de la Plena Edad Media desembocaron en una nueva forma de entender la sociedad, a través de un comercio mucho más generalizado.
El comercio lleva existiendo desde hace siglos, y es habitual encontrar textos griegos en los que se habla de cómo los comerciantes llevaban sus barcos a nuevas tierras para conseguir materias primas con las que comerciar. Sin embargo, el comercio estaba bastante reducido en la época de la Alta Edad Media, y se daba simplemente en las mismas zonas geográficas, ante la imposibilidad de expandirse mucho más. En torno al siglo XII esto comienza a cambiar, desarrollándose un comercio mucho más amplio en cuanto a sus rutas, apareciendo precisamente las primeras rutas comerciales y dando lugar a los bancos, las ferias y todo lo que acarrea ese ir y venir de mercancías que supuso un cambio imprescindible para entender nuestro mundo como es hoy en día.
Causas de la transformación del modelo feudal
Todo el cambio surgido en ese siglo XII con respecto al aumento del comercio en toda Europa, tanto interior como exterior, se basa en el imponente crecimiento demográfico que tuvo lugar en la época. Europa prácticamente dobló su población entre los siglos XI y XIV, lo que produjo que cada vez hubiera más gente con necesidades básicas, de alimento, de ropa y de vivienda. Basándose en esos tres cimientos, el comercio empezó a expandirse después de haberse especializado en siglos anteriores. Ahora aparecía también una nueva figura, la del mercader, encargado de suministrar todo tipo de bienes y productos variados a la zona, negociando con ellos a través de trueques o intercambios.
Cada vez más gente con necesidades básicas, y cada vez rutas más seguras para los que iban de un sitio para otro. Los caminos santos, como el de Santiago, produjeron igualmente una eclosión de negocios a su alrededor, tanto es así que fueron especialmente protegidos, formándose como caminos reales, para que esa incipiente economía pudiera llegar más lejos. El comercio local también creció, pero de una manera diferente, ya que se llevaba del pueblo a la ciudad. Las urbes comenzaban a crecer bastante y a convertirse en los epicentros de esos intercambios comerciales que empezaban a ser imprescindibles para entender la vida social de la época.
Incorporación de los comerciantes profesionales o mercaderes
Ya hemos apuntado antes la figura del mercader, el profesional que se encargaba de suministrar todo tipo de bienes y productos allá donde iba, sin necesidad de producirlos él mismo, algo que hasta ese momento no existía. El herrero solo hacía armas y protecciones, que luego tenía que vender al ganadero si quería comprar un poco de carne, o al agricultor para un poco de trigo. La especialización de la época era eficiente pero a la vez también impedía que el comercio se expandiese mucho más. De la necesidad de encontrar todo lo que buscamos en un mismo sitio, y comprárselo todo a la misma persona, nace la figura del comerciante o mercader, con una habilidad innata para comprar y vender todo tipo de productos.
Los mercaderes nacieron como una figura imprescindible para entender la nueva era del comercio en Europa, y fueron desarrollándose, creando sus propios negocios en las grandes ciudades, como epicentro de todo ese sistema de compra y venta, pero también marchando a otros lugares para seguir encontrando nuevos productos que comprar y vender. Se trataba de acercar esos productos a cualquier cliente, sin necesidad de que él cliente tuviera que realizar un camino de kilómetros para encontrarlos. El mercader se encarga de realizar esas rutas, sabiendo bien dónde podía parar para encontrar lo que buscaba, y llegando días o semanas después con todo lo que se le había pedido por parte de sus clientes.
Rutas de comercio de la época
Una de las ventajas de esta nueva era del comercio eran encontrar rutas que servían a estos mercaderes, y también a los compradores, para obtener todos esos artículos que andaban buscando. Rutas que nacían de forma natural, paralelas a otras que ya existían anteriormente, como el propio Camino de Santiago, una de las más importantes vías de toda Europa, y que atraía a miles de peregrinos cada año, formándose en torno a ella una gran cantidad de negocios como posadas, zapaterías y demás. En el resto de Europa también crecían estas rutas, como la de Flandes, en lo que hoy conocemos como Bélgica, con capacidad portuaria y que se expandía hacia el centro del continente a través de los ríos más importantes.
También en Italia se desarrollaron numerosas rutas, gracias sobre todo a la gran cantidad de materias primas que el país transalpino manejaba, y también a sus diferentes ciudades portuarias que eran bases estratégicas en el Mediterráneo, tanto para toda Europa como para el Norte de África. Lo usual era realizar rutas marítimas, de hecho, ya que eran más baratas para los mercaderes. Sin embargo, también existían las rutas terrestres, aunque podían ser algo más inseguras. De ahí que en España, por ejemplo, se pusiera especial atención en declarar estas rutas como caminos reales para protegerlas del pillaje y los robos a los mercaderes.
Aparición de ferias y bancos
La expansión del comercio atrajo también otros nuevos fenómenos, centrados en el intercambio de mercancías entre mercaderes. Las ferias se hicieron tremendamente populares, y se desarrollaban en un lugar concreto, durante varios días, en los que numerosos comerciantes acudían para ofrecer todos sus productos, desde ganaderos a agricultores, pasando por herreros, zapateros, peleteros y todos los gremios habituales de la época. De hecho, todavía hoy en día se conservan algunas de estas ferias en el sur de España, aunque evidentemente su cometido es hoy por hoy muy distinto, más destinado a la diversión que al mercadeo.
Este intercambio masivo ya requería de nuevos métodos para el comercio, porque el trueque y las deudas ya se habían quedado un poco obsoletos. Es por eso que vuelve a surgir el dinero en metálico, primero en monedas y luego también en billetes o pagarés. Ese dinero servía para comprar directamente los productos que queríamos, sin que hubiera trueque ni intercambio con otros productos, lo que supuso una facilidad mucho mayor para la expansión del comercio, y también con llevo la aparición de los bancos de crédito, de la explotación del propio dinero, y de mercaderes que directamente trabajaban con los beneficios que daba prestar el dinero a los demás. No es difícil seguir la línea hasta nuestros días, con un cambio tan importante.